lunes, 28 de marzo de 2011
El encargo 4
Me fui al parque más cercano, que estaba a cinco kilómetros, me senté en aquel banco solitario y empecé a pensar que el que realmente estaba loco era yo. Me había vuelto hostil, una amenaza para la sociedad. Yo jamás he querido ser como el viejo, y ahora soy su vivo retrato. ¿De verdad que quería acatar aquellas ordenes? Sería mejor no hacerlo pero llegados a este punto, a mi ya me daba igual. ¿Sería verdad que me había vuelto egoísta y egocéntrico? Seguramente lo era, pero yo no conseguía darme cuenta. ¿Sería verdad que lloraba en sueños? Posiblemente, eso explicaría los sudores, y aquella almohada empapada al despertar. Así que yo era eso y mucho más. Víctor tenía razón. He cambiado. Después de llegar a la conclusión de que culpar a Víctor, o incluso al viejo, sería algo cobarde por mi parte, y comprender que el que tenía razón era Víctor; y que yo sería el que tendría que mirarse al espejo; comenzó a llover. Bajo la lluvia, caminando con parsimonia, soledad, desden y trizteza, estaba yo. Con la cabeza agacha observando como mis pies reptadores, golpeaban a una insignificante piedra que había encontrado en el camino. Regresaba hacia la casa. Aquella casa silenciosa y tenebrosa , que me absorbía como el papel al agua.
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